Con más gente pero sin grandes aglomeraciones, la economía de Benidorm sigue pendiente de qué pasará con la desescalada en Reino Unido
Ni playas atestadas, ni terrazas llenas ni desde luego imágenes remotamente parecidas a las típicas de un fin de semana de mediados del mes de mayo. Benidorm, ciudad de 70.000 habitantes que cierra un año normal con más de diez millones de pernoctaciones, vivió ayer el primer sábado sin cierre perimetral en ocho meses con estampas que no distan mucho de las semanas anteriores salvo en horas punta como mediodía.
Tanto la playa de Levante como la de Poniente, parceladas por orden del Ayuntamiento, tenían ocupada menos de una cuarta parte de su capacidad a pesar del notable ascenso de las temperaturas previsto para sábado y domingo, con máximas de 30 grados. Sí es cierto que se notó un incremento de afluencia, pero desde luego no lo suficiente como para hablar de una situación postpandemia.
La patronal hotelera de Benidorm, Hosbec, había previsto para este fin de semana una ocupación del 60%, con cierta confianza en cómo estaban funcionando las reservas de última hora, pero también advirtieron de que la desescalada sería “lenta y prudente”.
El presidente de la asociación de apartamentos turísticos, Miguel Ángel Sotillos, habla de un “incremento de reservas pero ningún aluvión” a la espera de que se recobre la confianza. “Hay mucho movimiento en vivienda propia o familiar”, añade.
Uno de los condicionantes específicos de la Comunidad Valenciana son las restricciones aún vigentes. La más importante: el toque de queda a medianoche, que el Tribunal Superior de Justicia (TSJ) de Valencia ha avalado para la autonomía tras el fin del estado de alarma. El único turismo posible es el familiar, y principalmente familiar.
En las terrazas de la capital turística el idioma extranjero que más se escucha es el francés, como viene siendo habitual durante la pandemia. La Comunidad Valenciana es la tercera que más visitantes recibe del país galo, por detrás de Cataluña y Madrid, y se ha convertido en el primer mercado internacional para la autonomía en ausencia del británico.
El pulso de Benidorm, de hecho, se puede medir en la ‘zona guiri’, un barrio situado cerca del Rincón de Loix donde un súbdito de Reino Unido puede pasar tranquilamente dos semanas sin hablar una semana de español. Y, a estas fechas, sigue siendo un desierto: pubs y locales cerrados, con pocas excepciones, a la espera de que el Gobierno británico concrete su plan de desescalada a partir del 17 de mayo.
Esto es lo que muchos consideran que marcará el pulso de la recuperación: la esperanza de que Inglaterra vuelva a permitir los viajes a España en su próxima revisión de los países a los que se puede viajar sin peligro, tal como ha asegurado la ministra de Turismo, Reyes Maroto.
Hasta ese momento la mayor parte del movimiento lo acaparará el turismo nacional (aproximadamente el 86% de las llegadas), por lo que los empresarios esperan que parte de esta temporada se decidirá en un escenario de una incipiente crisis económica. Ya sucedió en 2008, aunque con la salvedad de que entonces el flotador internacional permitió mantener las buenas cifras de ocupación.
Probablemente lo que más preocupa es la posibilidad de que la mayor parte de las reservas se vayan al mercado de última hora: la prudencia y la idea de coger ofertas agresivas a días vista harán que la temporada sea muy difícil de planificar, algo clave en el turismo y muy especialmente en una situación como la actual, en la que muchos empleados siguen en ERTE.
El último factor, aunque probablemente el más importante, es el avance de la vacunación. La idea del Gobierno es lograr en tres meses la inmunidad de grupo, lo que permitiría reactivar la industria turística con garantías. Mientras tanto, la imagen de una playa semillena (o semivacía, según se mire) seguirá siendo atípica en un Benidorm de mediados de mayo.
Artículo publicado primero en El Español de Alicante