Afinales de los años 80 el gobierno asturiano apostó por plasmar la esencia del Principado en una imagen con fines turísticos. Así nació el logotipo ‘Asturias, paraíso natural’. Una marca a la que extensos tramos del litoral riosellano avalan con creces. Y el que hoy nos ocupa, colmado de abruptos declives costeros, rocas calizas retorcidas y recónditas playas abismadas, lo hace además de modo superlativo.
El sendero recorre una serie ininterrumpida de acantilados que, yendo de oeste a este, son los del Infierno, los de Punta Canto de Palo Verde, de Tomasón, de Tuzarrizu y, por último, los de Guadamía, antesala del área recreativa de Cuerres, vecina de los actualmente concurridísimos bufones de Pría, éstos ya en el concejo
Ribadesella suena con nombre propio entre las poblaciones marítimas astures. No en vano goza de la distinción de ‘municipio de excelencia turística’. Sus vistas del mar, del río y de la montaña, sus verdes plurales y la ancha media luna arenosa de Santa Marina -su playa- constituyen genuinos arquetipos del paisaje cantábrico.
Nuestro itinerario arranca en el mirador de la playa de la Atalaya con un semiempinado ascenso por tupidos rodales mezcla de crecidos helechos y tojas espinosas -aconsejable desterrar los pantalones cortos- hasta ganar la punta Arbidel, cota máxima del recorrido. A partir de ésta la marcha, un continuo llanear con ligeras subidas y bajadas, deriva en un agradable y sereno paseo teniendo el mar a vista de pájaro a la izquierda y, a la derecha, con la sierra de Cuera cerrando el horizonte, la verdeante fragosidad del monte bajo con vacas pastando aquí, cabras trotando allá y caballos sueltos paseando sin rumbo o descansando a su aire.El ojo de Tuzarrizu
Los acantilados del Infierno, inaugurando la sucesión de impactos visuales y emocionales que promete esta ruta, disponen de mirador propio, si bien a toro pasado, al hallarse éste en su extremo oriental. De modo que la vista se abre sólo al este, grandiosa hacia la Punta Canto de Palo Verde y, más alejados, sus islotes homónimos. Cada tres pasos apetece detenerse a contemplar con voluptuosa placidez las antojadizas escabrosidades de la caliza en taludes, arcos y farallones -incluido el propio sendero-.
En los escarpes verticales anidan las gaviotas, cuyos estridentes graznidos, discordantes con el cadencioso rumor del oleaje, logran fusionarse con éste en un todo armónico. Mar adentro, pero faenando próximos a la costa, los pesqueros riosellanos ofrecen una estampa atemporal ebria de añoranzas.
La ensenada de Oliencu, en los acantilados de Tomasón, cuenta con su particular maravilla: un arco suspendido sobre las aguas marinas custodiado por un islote con forma de monolito. Aunque, en lo tocante a arcos, la palma se la lleva el ojo de Tuzarrizu, uno de los lugares más fotografiados de la costa riosellana.
Y ya solo queda avanzar por los acantilados de Guadamía hasta el área recreativa de Cuerres, una de las más bellas de Asturias -cuenta con aparcamiento y zona de picnic-, punto final de este recorrido costero.
Fuente: ABC
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